Mamá siempre me dijo que no tomara decisiones cuando estuviese demasiado feliz o demasiado triste o demasiado enojada… ahora logro comprender las razones de aquello. Por que cuando enfrentamos las situaciones de manera inmediata no lo hacemos de manera objetiva, sino con las emociones que nos provocan y nos embargan en ese momento, y cuando las emociones nos sobrepasan nuestra mente no piensa de la manera más óptima que pudiese.
Nuestras emociones se basan en nuestros pensamientos, y surgen según la línea valórica en la que se muevan dichos pensamientos. Así que cuando una emoción nos avasalla frente a una situación, dicha situación que no hemos pensado en detalle seguramente responde a un espectro valórico; cuando las emociones están exaltadas quizás no somos capaces de ver objetivamente una situación, pero si somos capaces de identificar rápidamente qué valores están involucrados y con cuales estamos o no alineados, empatizamos o no, y esto nos da la confianza para reaccionar arrebatadamente con la sensación de seguridad que solemos tener.
Para cada diferente momento que nos presenta la vida, existe más de una pregunta poderosa que podemos hacernos para motivar la reflexión, para activar el cambio, para evaluar las posibilidades que nos ofrece la realidad.
Al enfrentar una situación es bueno tomarse unos minutos y pensar “¿Qué voy a hacer al respecto?” esta es una de mis preguntas favoritas, puesto que fuerza al pensamiento a evaluar opciones, a ver aquello que no es evidente, analizar más allá de lo que tenemos al frente.
La vida llena a todos de diferentes experiencias, somos nosotros quienes tildamos a esas experiencias de malas o buenas. Cada experiencia marca a las personas con una profundidad particular, dejando o no una huella, sea de reflexión, de inseguridad, de felicidad, incluso de resentimiento y en el mejor de los casos de aprendizaje, entre otras impresiones posibles.
Es un momento o estado que puede resultar bastante confuso. No debería ser sinónimo de hacer nada, tampoco es necesariamente sinónimo de descanso a menos que lo dispongamos así. Estar en espera debería ser un momento de reflexión profunda, después de todo, ¿Por qué estamos en espera? Creo que cuando nos encontramos “esperando", existe la expectación de un cambio, y si existe la posibilidad de que suceda una modificación en nuestra realidad, los momentos antes hay que aprovecharlos para prepararnos ante aquello, no todos estamos tan bien preparados para enfrentar los cambios, algunos carecemos de las herramientas para manejarlo de la mejor manera. Incluso aquellos cambios que pueden ser para mejor o que son bendiciones y nos traen alegría, siempre implicarán una diferencia de estado, las cosas permutan, por naturaleza. Así que el cambio sea para bien o para mal, o incluso si finalmente no existe, el estar en espera cae en una situación de preparación.
Ser joven o verse joven es algo que todos desean, aunque muchas veces puede ser un problema. Desde lo profesional, me siento insegura cuando me insinuan que soy muy jóven, porque aquella insinuación viene cargada de prejuicios que apuntan a menoscabar o ver en menos mis capacidades profesionales o mis experiencias de vida.
Si hay algo que he aprendido es que la edad no da cuenta de la cantidad de experiencia que cada uno carga en su mochila personal y el error de la mayoría es realizar ese tipo de suposiciones.